La muerte duele más cuando viene acompañada de olvido

Fabiola Perdomo es el símbolo de las víctimas que dejó el sacrificio en cautiverio de los 11 diputados del Valle. En estos nueve años ha dedicado su vida a su hija, a honrar la memoria de su esposo y buscar la verdad de esa pesadilla.
“Después de nueve años de la muerte de los diputados se sigue sintiendo dolor, se sigue sintiendo muy fuerte la ausencia de Juan Carlos, y cuando pasan este tipo de fechas parece que el tiempo no corriera, que solo hubieran pasado unas horas de la pérdida de Juan Carlos y sus compañeros.
…Duele mucho. Recordar duele y eso es lo que nos está pasando ahora, pero mantenemos la esperanza de que algún día podamos sanar, yo no creo que completamente porque fue tan grande el dolor, tan grande el daño que pretender que sanemos va a ser muy difícil, pero sí al menos tener la tranquilidad de que lo que vivimos no lo van a vivir nuestros nietos ni más colombianos”.
Su voz tiene el acento añejo de la nostalgia, esa que queda como un dolor encajonado en el pecho después de que se terminan las lágrimas. No se quiebra, no se parte al volver a cargar el fardo pesado del recuerdo de aquella tragedia que le partió la vida en dos, a ella y a los victimarios de Juan Carlos Narváez, su esposo, el 18 de junio de 2007. Por el contrario, su voz tiene la fuerza serena del mar que ha soportado una tempestad y sigue allí.
A Fabiola Perdomo, claro, la muerte de su esposo en cautiverio junto a diez diputados más a manos de las FARC le destrozó el alma y le cambio la vida. Pero a los victimarios también se las cambió porque, en adelante, tuvieron que liberar unilateralmente a los secuestrados políticos y militares que tenían en ese momento en su poder, cuando antes no lo habían hecho y habían jurado que nunca lo harían sin negociar la liberación con el gobierno.
La muerte duele, y duele más cuando viene acompañada de olvido. Por eso, durante estos nueve años de soledad, Fabiola Perdomo se ha dedicado básicamente a dos cosas: una, a mantener el recuerdo vivo de Juan Carlos, no solo en su familia, sino en la sociedad y en eso ha contado con el apoyo de las otras víctimas que son las familias de los diputados también sacrificados, y de la Asamblea del Valle.
Y la otra cosa a la que se ha dedicado con alma y vida es a su hija Daniela, la niña que apenas dejaba los pañales cuando Juan Carlos fue secuestrado y que padeció cinco años después la muerte en cautiverio de su padre a los siete años de edad.
Mientras camina serena por los pasillos de la Asamblea del Valle evocando esta historia, Fabiola se detiene un instante y dice con la satisfacción de quien ha desoído el decreto de la muerte, que está tranquila porque le cumplió a Juan Carlos y le cumplió a Daniela. A él porque su recuerdo ilumina su vida y la lucha por las víctimas y la paz; y a ella porque logró construir una mujer capaz, sensible y útil para la sociedad. A sus 16 años, Daniela, una estudiante brillante, se acaba de ganar la mayor distinción en el colegio: es ‘Perfil Bennet’ por ser una estudiante integral y eso para Fabiola es la mayor alegría que puede tener en medio de todo el dolor.
Daniela heredó la prudencia y la dedicación académica de su padre. De hecho, ahora se va a estudiar Filosofía y Letras como él y no cesa de escribir en silencio. Acaba de hacer un ensayo que no autoriza compartir todavía, pero es un ensayo que recoge su vida lejos de su papá, del que solo guarda un vago recuerdo en el resbalador de un parque antes de los tres años. Un texto en el que su madre pudo conocer muchas cosas que nunca antes advirtió en ella, las vio en ese relato como un espejo del alma oculta. Es una historia de la que hoy solo es posible compartir el título: ‘El padre que nunca llegó’.
Fabiola también ha escrito por pedazos la pesadilla que le tocó por suerte, tratando de hacer catarsis, de procesar el luto y el dolor, pero ella prefiere que esos renglones sigan anónimos como un sueño mudo y propio. Solo Daniela ha conocido lo que su mamá grita y llora en esas páginas.
La vida, sin embargo, continúa, y Fabiola sabía que bajo el telón gris de sus días tenía que seguir adelante por ella, por su hija y por la memoria de su esposo. Pudo seguir en la política donde tenía una carrera promisoria desde la curul de concejal que un día tuvo y que la habría podido llevar a las más altas dignidades, pero decidió no hacerlo. Se marginó de la política y tomó la decisión de dedicarse al servicio social, al trabajo de la cultura. Trabajó en proyectos sociales en el gobierno departamental hace cuatro años, luego en el Ministerio de Cultura, después dedicada a la Bienal de Danza en Cali en sus dos versiones y ahora apoyando los programas de la Gestora Social del Departamento.
La muerte duele, es cierto, pero duele menos si hay perdón. Fabiola se dio cuenta rápidamente de esta verdad y hace rato decidió perdonar a los victimarios de su esposo, los responsables de su pesadilla. “Lo hice por mí -dice Fabiola- por mi tranquilidad, para poder avanzar, para poder heredarle a mi hija esperanza, amor, tranquilidad y no odio ni venganza. Por eso lo he hecho. Por tranquilidad emocional, porque estoy más cerca de Dios que nunca”.
Luiyith Melo García
Periodista Gobernación del Valle